Casi todos los humanos "vemos" el mundo con los ojos y los oídos. Y claro, suprimimos, hasta casi el destierro nuestro desestimado y casi despreciado sentido del olfato, a diferencia de los demás animales como el perro o el oso polar, por ejemplo, que poseen un olfato mil veces más sensible comparado con el nuestro.
Además, los mejores amigos del hombre encuentran sus alimentos, reconocen caminos y territorios, ubican hembras utilizando solo su olfato. Pero así como los tuareg (pueblo beréber) poseen una visión mucho mayor al promedio occidental moderno; al parecer algunos seres humanos hemos desarrollado nuestro sentido del olfato. Aún recuerdo a Jean Baptiste Grenouille -a quien admiré y me identifiqué- que poseía la maldición de percibir absolutamente todos los olores.
¿Y a qué viene esta entrada???.... Pues cuando la pasajera que subió al auto hoy por la mañana, con la orden imperativa de llevarla a su destino raudamente, pude sentir en ella algo diferente.
No era solo el olor a alcohol, cigarros y algo de hierba que de ella brotaba. Tampoco lo era el shampoo que había usado, el rojo cadavérico que lucían sus labios o el sudor de su ropa interior que de ella emanaba. Mucho menos lo era el aliento que exhalaba. No, no era nada de eso. Para cuando mi mente lo procesó y comprendió todo, pude al fin descubrirlo. Era indiscutiblemente el olor a sexo. A sexo sodomizante, un olor tan etéreo y enfermizamente cautivante. Un olor que hacía mucho no lo sentía. Percibirlo nuevamente, despertó en mi un deseo avasallante por poseerla en mi mente.
Carajo, debo dejar de ver a Katsumi.