La crisis mundial ya comenzó a cobrar sus primeras victimas. Japón entró oficialmente en recesión, Islandia se ha declarado en quiebra, China planea anticiparse al embate de la crisis a sus costas, que ya les ha puesto los pelos de punta -más de lo que tienen- por los estragos que causaría a su crecimiento, los yunaites que como ya sabemos, ahora están endeudados hasta los calzoncillos y con una depresión económica que ya le sopla al oído, y claro, no podía faltar Perú, que como afirman los portavoces del gobierno con la misma convicción de hincha de fútbol de tercera división: "No nos para nada y menos una crisis". Esto me asombra por lo tan estúpidamente enceguecido que se puede estar. Ahora la mayoría recién se percata de lo que ya vaticinaba este tipo bonachón llamado Karl Marx, y se lanza en manada para adquirir su pequeño librito llamado "El Capital".
Y claro, saber como muchos jubilados ven sus aportes evaporarse, y observar en sus rostros la impotencia por ser nuevamente esquilmados por un estado que nació para protegerlos y solo permitió este festín, casi una bacanal, capitalista. Esas lágrimas que veo les brotan estoy seguro no son de cobardía. Entonces aprovechando la semana larga, y en vez de viajar como todos fuera de Lima, apreciando la ausencia de humanos -e implorando que esta sea permanente- decidí quedarme en casa y 'viajar' en ella.
Así que para enclaustrarme en mi soledad, emprendí el otro viaje de la mano de Zhang Yimou, que ya lo conocía por la película "Hero" y "La Casa de las Dagas Voladoras". Y como por el cable pasaban un especial con mucha de su filmografía, mi curiosidad por ver más de su trabajo ya se encontraba impaciente por deleitarse con sus entregas, y vaya que lo hizo con creces.
Empezó con "Qian li zou dan qi", que es la historia de un padre que al enterarse de la enfermedad que mantenía postrado y le arrebataba la vida a su hijo, decide realizarle un deseo como forma de resarcirlo por su ausencia de padre, realizando un viaje a la China para culminar con el trabajo que el hijo agonizante había iniciado. Es allí donde descubre y empieza a conocer y entender verdaderamente a su hijo. Sensación de culpabilidad, vergüenza por acciones realizadas o dejadas de hacer e introspección dolorosa asegurada.
Y para cuando empezaba la segunda pela, mi amistad con Zhang Yimou ya se hacía más estrecha. Es entonces cuando viene "Wo de fu qin mu qin" o The road home, nombre en ingles, y en honor a la verdad es recién en ese momento cuando aprecié y valoré la dimensión de la pantalla LCD que adquirí. Y donde pude apreciar en toda su belleza a una de mis musas asiáticas, Zhang Ziyi.
Por Alá (que perdone mi herejía) pero esa película fue verdaderamente un buen ejemplo del significado de las palabras perfección y precisión. Para este terrícola que está acostumbrado a reprimir a como de lugar todo atisbo de expresión de dolor, la visión de esta película fue demasiado. Sólo puedo dar fe y estar de totalmente de acuerdo de lo que dicen los entendidos aquí. Para el final de lo visionado, mi admiración hacía Zhang Yimou ya se había convertido en idolatría. Así que mi avidez por saber más de aquel humano que había tocado las fibras más sensibles de mi ser, era totalmente comprensible.
Es entonces que mi sorpresa fue mayúscula al descubrir que había sido él quien me había iniciado en la admiración hacia la cultura china, en especial por su vasta y tan fina de recursos para demostrarme la pequeñez del hombre y la estúpida magnificación de sus insignificantes problemas terrenales.
Las dos primeras película de este director chino que vi, sin saber quién era su director y que nunca supe los nombres de aquellas películas, fueron: "Xingfu Shiguang", o conocida en ingles como Happy Times, fue una de aquellas que me arrebato lágrimas y calmó dolores que en algunos pasajes de la película los reconocí como míos. Para que se entienda la trama, darle un vistazo aquí, y leer la opinión acerca de ella. Además cómo no sentir empatía por cada uno de los personajes.
Pero sin saber que hoy sería una tarde de sorpresas, la otra película que descubrí que era de su autoría fue "Yi ge dou bu neng shao" o simplemente Not one less. Esta cinta en especial es demasiada para escribir sobre ella y plasmar en esta entrada lo que honestamente causó en mi mente y la transformación de todos mis sentimientos hacía los seres humanos que verdaderamente amo. Por eso, a los menos noventa y ocho lectores de este espacio solo les diré que verla vale cien mil veces la pena. Y bueno, además diré que aquel que dijo que los hombres nunca lloran fue un completo imbécil. Pues hoy, nuevamente, lo volví hacer.