lunes, 8 de septiembre de 2008

UNA MADRE COMO POCAS

Casi siempre los domingos son agradables para trabajar, porque la mayoría de personas no anda presionándome para hacerlos llegar rápido a su destino. Pero existe un pequeño detalle que se hace presente en días como ayer y, con ayuda del cielo gris limeño, siempre aflora de forma exponencial cada vez que me encuentro ensimismado en mis dilemas o prejuicios existenciales.

No me puedo quitar de la cabeza el cómo y por qué el infeliz de mi primo puede tratar tan mal a su madre y agredir a su mujer. Siempre digo: "cada quien con su rollo". Pero yo sólo puedo sentir agradecimiento hacia su madre, una mujer que alguna vez me acogió y compartió su pobreza material conmigo a pesar de lo miserable que fue mi retribución hacia aquella mujer que solo me brindaba su paciencia, tolerancia, y por sobretodo su amor de madre para mí.

Eran tiempos en los que el alcohol y la juerga luego del trabajo eran el aire que respiraba todos los días. Pero claro, esos tiempos, como casi todas las cosas, me llegaron aburrir. Así que enterarme que sus dos únicos hijos la tratan como ciudadana de quinta, a pesar de todas las cosas que hizo por ambos, a costa de privarse de su propia existencia para poder compartirla con sus hijos, negandose a si misma a rehacer su vida. Son cosas que no comprendo, la persona que les dio el amor de madre y además el de padre ausente a la vez, ser tratada de la peor manera. Esto me duele.

Uno no escoge a la familia, pero por suerte puedo decidir a quienes le brindo y comparto mi amistad. Y esos esperpentos de seres humanos no lo son. Aunque desgraciadamente sé que a la abnegada de su madre le dolería mucho más. Madre solo hay una, pues yo tuve muchas. Gracias Tía Chavelita.